martes, 15 de diciembre de 2015

La historia de los interlibros

El interlibro se me apagó. 

No estaba acostumbrada a esto, nunca fallaba, así que lo llevé a reparar. Me dieron unos sencillos consejos para el mantenimiento de la batería. Y bueno, comenzó a funcionar de nuevo, pero empezó a tener comportamientos extraños. Por ejemplo, las aportaciones de otros usuarios leyendo el mismo título comenzaron a formar parte del texto, de forma que se transformaba en otro. Los grandes clásicos dejaron de ser clásicos en mi interlibro. Al principio me había alarmado, pero después me empezó a gustar la idea de que las excelsas obras se transformaran de manera tan sugerente.

Pronto observé que esto le estaba pasando a otros usuarios: también podían ver las obras extendidas, y podían hacer aportaciones que las modificaban más.

Yo también podía hacer mis aportaciones. Observé que solo se podía añadir información, no borrar, por lo que las obras iban creciendo de forma exponencial, y muy pronto hubo que conformarse con leer fragmentos. Eso sí, a nadie parecía importarle, es más, los usuarios del interlibro estaban muy contentos con la evolución de las obras, y surgieron nuevos usuarios.

Se hablaba de memes, de cómo la evolución, que hasta ahora había estado limitada a los seres vivos, se había extendido a los seres digitales.

Todas las obras, absolutamente todas, se podían modificar. Y sin embargo, la poesía de Lorca permanecía intacta. Se realizó un estudio sobre qué obras se modificaban más, y en ese estudio se descubrió que nadie había tocado a Lorca. El Quijote, por contra, era una de las obras más ampliadas, seguida de La Biblia. Esto en castellano, pues en todos los idiomas los interlibros habían empezado a incorporar las aportaciones de los lectores, sin poder evitarse este fenómeno ni entenderse cómo era posible técnicamente. Tampoco se podía atajar, se trató de recuperar las obras originales, pero pronto volvían a reproducirse.

Lao Tze también estaba intacto, toda su obra. Por países, China era de los que menos modificaban las obras, mientras que España era de los que más. En Estados Unidos eran más respetuosos con la obra original, y en India se habían puesto por escrito por primera vez muchas tradiciones orales.

Lorca, intacto. Lorca, sagrado. Cuando se lanzó un nuevo estudio para entender por qué los usuarios de los interlibros no habían tratado de modificar su obra, el resultado fue apabullante: "ya es perfecta".

Las razones que se daban parecían distintas: "No sabía qué más poner", "Me parecía muy bonito así", "Es que no lo entiendo", "Cuando lo leo veo imágenes, no puedo añadir nada más", etc. La obra de Lorca permanecía intacta, a pesar de que los usuarios de los interlibros hacían frecuentes visitas a estos contenidos. Es más, desde que se publicó la encuesta, muchos aficionados a la escritura, e incluso varios escritores profesionales, pensaron en añadir algo para terminar con ese extraño caso.

Era el caso de Edelmiro Sánchez, renombrado escritor. Sánchez era un erudito de Lorca, había estudiado sus obras durante años. Por un lado, consideraba sagrado al autor. Por otro, se sentía suficientemente capacitado para aportar algo más en línea con lo que el propio Lorca habría podido añadir.

Sin embargo, Edelmiro Sánchez no lograba tener ni una sola idea. Cuando se ponía frente a la obra, cuando se situaba en la parte en que le parecía que era más fácil añadir algo, sin dañar lo que había hecho el genio, se quedaba completamente en blanco. Se le pasaban por la cabeza algunas ideas, y las rechazaba por mediocres.

Toda la concepción de la escritura cambió. Los escritores más famosos se dedicaron a ampliar las obras ya escritas, en lugar de escribir obras nuevas. Ante la frustración de no poder enmendar a Lorca, los escritores españoles, incluido Edelmiro Sánchez, enmendaban a todos los demás.

Lo que ocurrió después se cuenta entre una de las mayores tragedias de la historia de la humanidad.

Un buen día, los interlibros se apagaron. Como una llama que se extingue, dejaron de poder utilizarse, todos a la vez, en todo el mundo. Los analistas comenzaron a hablar de una nueva era, lamentando profundamente que los libros físicos se hubieran destruido a la vista de que ya nadie los utilizaba. Ahora no había ninguna manera de acceder ni a las obras originales, ni a las extendidas.

Con una excepción. Poco después, se encontraron en unas excavaciones varios libros de papel de Lorca en un estado de conservación bastante aceptable.

Desde entonces, son piezas de museo que se han ido copiando para ponerlas a disposición del público. Ya nadie, ni Edelmiro Sánchez, osa intentar modificarlas.

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