Mario Balotelli se llama. Lleva el pelo rapado al cero y
lleva una cresta parcialmente teñida de rubio platino.
Y por más que se llama Mario, y por más que se apellida
Balotelli, a mí me parece que se llama Warrior. Warrior, el guerrero.
Es curioso, porque, una vez decidida a escribir este
artículo, oigo decir que “parece un gorila” y que “si me lo encuentro por la
calle salgo corriendo”. Y es cuando ya veo obligatorio escribirlo.
Porque a mí me parece una escultura, un dios de la guerra,
una belleza llena de fuerza.
Y cuando hizo su postura de: “aquí está el guerrero;
llamadme Warrior” se quedó como en estado de trance hasta que un compañero se
lanzó encima de él a abrazarle. Antes de eso, estaba inmutable, y después,
comenzó a moverse como recuperando la humanidad; bajando de los cielos.
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