Esto afirma Ernie Zelinski en su libro El placer de no trabajar, un éxito en ventas. Dado el título del libro, podríamos argumentar que se trata de un texto dirigido a vagos, a parásitos de la sociedad que viven de otros. Bien, está dirigido a estos y a todos los demás en realidad, puesto que da pautas para mejorar en mucho la calidad del ocio incluso si se está trabajando.
La moral del trabajo nos viene impuesta de un pasado arcaico y superado, aparentemente, por las nuevas tecnologías. La forma de pensar en los horarios y en la organización de las tareas es en muchos casos taylorista, heredada por tanto de la revolución industrial, y alejada en buena parte del sentido común. La herencia, además, conlleva un componente sexista, bastante marcado, en la tradicional división de tareas en la pareja, en trabajos más simples y peor pagados para las mujeres, y en la asunción de que, una vez que una mujer tiene hijos, deja de contar para los ascensos en su profesión, a menos que deje de contar para sus hijos.
Trabajar de 9 a 6, ó de 9 a 7 como se está viendo mucho, o de 8 a 5 si se quiere, es tan absurdo que incluso contándoselo a las ovejas, se reirían de nosotros por ser tan tontos. Se estableció un número de horas, y resulta que hay que permanecer “de cuerpo presente” en una oficina ese número de horas, al menos. No importa que haya picos y bajadas en la producción. No importa que haya personas más rápidas que otras al trabajar. No importa que las circunstancias de algunas personas no les permitan estar tanto tiempo sentados frente a una pantalla de ordenador. Lo de la hora de comer es similar: cada empresa establece una duración, y la justifica atendiendo a su filosofía. Suele suceder que en esto y en otras muchas cosas, la empresa se convierte en un micro-mundo en el que se pierde perspectiva y se piensa que las cosas son así, un poco como en un pueblo pequeñito y aislado.
Hace tan poco tiempo que las cosas eran tan diferentes. Incluso en otros países, ahora mismo, están siendo diferentes. Pero no entra en el cerebro simple que conforma una compañía. El trabajo, en un principio, estuvo ligado al resultado que se buscaba: camino por la selva buscando comida. Cultivo estas semillas porque sé que luego salen plantas que dan frutos. Tengo estas vacas que dan leche y carne. Etc. Y no distinguía tanto entre hombres y mujeres. “Técnicamente”, es la mujer quien da a luz y mantiene a los hijos en un primer momento. Pero en todo lo demás, la mujer se ha desenvuelto trabajando, vendiendo, comprando, igual que un hombre, con otro tipo de habilidades, distintas simplemente, y no demasiado distintas.
Probablemente he mezclado en un párrafo aquello que ocurría en las cavernas con otras cosas que ocurrían en el Neolítico con otras que ocurren ahora en otras culturas. Permítaseme la licencia literaria, porque para lo que quiero comunicar, es suficiente así. Nos hemos metido los humanos a nosotros mismos en jaulas de oro, con su aire acondicionado y todo, que nos alejan de nuestra naturaleza e instintos. Competimos todos y todas en un mundo creado en el pasado y que es por definición machista, que cultiva unos determinados valores limitados, y que deja de lado muchas cosas buenas: creatividad, artesanía, libertad, juego, ejercicio físico, música, baile, ritos, decoración... por citar algunas de ellas.
En la introducción al Tao Te King, Josan Ruiz Terrés muestra una opinión similar, al comentar que la época actual es “yang”,
«en la que los valores identificados como masculinos y la búsqueda del
éxito se exaltan en todos los terrenos»
Lo cierto es que, todo aquello que suena a débil, a fracaso o a tomarse la vida a otro ritmo, se oculta o disimula, porque no es coherente con los tiempos que vivimos. Si no se es “normal”, hay que parecerlo en lo máximo posible.
En un mundo en que se permiten los call center (centros de teleoperadores), que he oído llamar “las galeras del S. XXI”, con bastante acierto, en que una serie de personas debe permanecer encadenada a su puesto a través de unos cascos con micrófono, debe trabajar lo más parecido a un robot y ajustar su fisiología a quince minutos concretos durante su jornada, en un mundo así en que algunos/as idealistas creíamos que gracias a la crisis iban a cambiar las cosas, la moral del trabajo es, sin duda alguna, la del esclavo.
Citando de nuevo a Josan Ruiz Terrés,
«no se puede vivir instalado en el éxito por la sencilla razón de que el tiempo
de cosecha rara vez es permanente.»
Lo primero felicitarte la página me parece estupenda, y el artículo también, aunque por mucho que se intente, es pronto para cambiar esta sociedad cada día más materialista y solitaria. Algun día a fuerza de machacar....
ResponderEliminarmuy bien escrito pero en desacuerdo con el contenido. las empresas buscan la maximizacion del beneficio y por tanto tienden a conseguir lo maximo del currante. El currante quiere pasta y trabajar lo menos posible (con exceptiones). En la negociacion de ambos se encuetra el equilibrio que el la jornada actual, por cierto, diferente de la que habia en el feudalismo o hace simplemente un par de siglos atras. Yo lo tengo claro: la ley del minimo esfuerzo es mi mantra desde que tengo uso de razon
ResponderEliminarPues yo estoy plenamente de acuerdo con lo que dice el artículo, y creo que no es pronto para cambiar esto en favor de una realidad más humana, más bella, más amorosa. Creo que se trata de visualizar una y otra vez esta nueva realidad, de soñar con ella, de tener fe en que se terminará imponiendo. Entre todos podemos, porque en el corazón del hombre hay un verdadero paraíso, que puede llegar a materializarse
ResponderEliminar