domingo, 26 de octubre de 2008

Un estómago a un cerebro pegado


Discutía el otro día con una amiga cuál es el fin último de todo ser humano. La verdad es que, tras un estudio concienzudo de libros como El hombre en busca de sentido o Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva, había concluido que el ser humano persigue un fin superior. Este fin sería de carácter altruista, idealista, vocacional.


Las lecturas sobre neurociencia y neurobiología me confirmaron por otro lado mi creencia de que el ser humano está compuesto de cuerpo y cerebro, es decir, de cuerpo y cuerpo. Cada vez más, aquellos procesos que llamamos «mente» y que habían pertenecido a un reino espiritual, se le van robando al «alma» y se van localizando en áreas cerebrales.


Por la razón que sea, una frase en boca de un personaje de Galdós me hizo despertar de pronto, sentir un chasquido de los dedos, un eureka, al escuchar a este personaje decir: «Indigno linaje humano, ¿qué eres? Un estómago y nada más.» Rápidamente acudió a mi mente otra frase similar, esta vez de Unamuno: «el cerebro en cuanto a su función, depende del estómago.»


Así que ya tenemos un cerebro que yo suelo comparar a un cuadro de mandos, y un estómago que se impone en los momentos difíciles, en los que desaparece toda convención social y reina la Naturaleza pura. Un estómago a un cerebro pegado.


El estómago es el reflejo físico del instinto de supervivencia: si no como, me muero. El cerebro sirve para garantizar nuestra supervivencia, y para ello tiene una estructura, el sistema límbico, que controla las funciones vitales más importantes. Se sobrevive huyendo del peligro o enfrentándose a él, y se sobrevive comiendo. La búsqueda de seguridad, de estabilidad y de dinero suelen ser lo mismo que el instinto de supervivencia, instrumentado en los medios con los que se sobrevive. Luego viene el de reproducción. Y ya.


A los neurocientíficos les cuesta ver qué papel han jugado en la evolución las otras cosas, tales como la música, la poesía, la pintura... o la mística. Un papel que parece ser secundario y al mismo tiempo se revela como trascendental. Tal como dice Francisco J. Rubia, «el valor de supervivencia de estas experiencias estaría en la superación de la ansiedad y el miedo a la muerte al conectar con algo que se percibe tanto eterno como fuera de nosotros mismos.»


El considerar que somos un estómago tiene implicaciones muy felices para mí, y explicaría muchas de las decisiones que he tomado en la vida y que no se explican con otros razonamientos más profundos. El ser un estómago es buscar el placer, el disfrute, el gozo de la comida, sentirse saciado, entrar en calor, poner a trabajar el cuerpo tanto en la búsqueda de la comida como en su digestión. Ser un estómago es como ser una célula gorda que, como todas las células, quiere seguir viva. Ser un estómago es buscar un trabajo que me dé los medios para llenarme y saciarme y sentirme feliz, sentir el placer de las endorfinas liberadas al relajarme tras haber comido. Y así.


Yo cuando le planteaba esto a mi amiga, veía en su cara el escepticismo, y una cierta decepción. ¿De modo que somos animales que buscan saciarse? ¿Dónde queda el amor, los sentimientos altruistas? ¿Dónde queda lo espiritual, lo trascendental?


El ser un estómago no quita para que seamos un estómago social. La evolución ha premiado los comportamientos altruistas y la cooperación nos es interesante desde un punto de vista biológico. En situaciones como la que describe Viktor Frankl en el libro mencionado más arriba, es decir, la permanencia por un largo periodo de tiempo en un campo de concentración, surgen comportamientos bellísimos que nos alejan de esa concepción de estómago. Teniendo tan sólo un mendrugo de pan para comer, un recluso era capaz de compartirlo con otro, o incluso de renunciar a él. En cualquier caso, veo que la norma general es quedarse el mendrugo y ocultar muy bien que se tiene, por el temor de ser robado.


Analizarnos como estómagos andantes también nos ayuda a ver en qué medida creemos que nuestros estómagos son muy grandes e insaciables. El estómago físico necesita comer, pero el estómago psicológico necesita dinero de sobra, una casa, un coche, un trabajo seguro, más dinero, una casa más grande, otro coche mejor, un puesto más alto... Probablemente siguiendo este ciclo ascendente y sin fin, el estómago físico se resienta de indigestión.

1 comentario: