No me quiero molestar. No quiero hacer un esfuerzo. No me interesa tener que elegir. Que elija otro.
Estas son las consignas de la sociedad de consumo elevada al grado máximo: el consumidor como soberano, recostado en un rico diván, pagando para que otro le presente todo tipo de bienes y servicios, preseleccionados, y le indique lo que le va bien.
Por el lado positivo, surgen nuevas figuras ¿impensables en un tiempo anterior?: la señora que te cocina la comida, el señor que te hace los recados, o los trámites y papeleos, la personal shopper que te dice qué ropa puedes llevar y qué colores te favorecen, la que te limpia la casa, plancha tu ropa y lleva y recoge a tus niños. E incluso, el que te pasea al perro o cuida de él durante las vacaciones.
Hay un cuento oriental en que un príncipe ve ejecutar un baile bello y complejo, y se pregunta: “¿Por qué no buscan a alguien que lo haga por ellos?”. Lo imagino recostado, con sobrepeso, con una expresión de aburrimiento, de desidia, viendo a esforzados bailarines tratar de lograr la perfección ante sus ojos.
Y llegamos al lado negativo: cada vez que es otro quien nos saca las castañas del fuego, perdemos la oportunidad de hacerlo por nosotros mismos. Perdemos la oportunidad de entrenar habilidades, de aprender métodos más óptimos de lograr algo. Sobre todo, perdemos la oportunidad del disfrute, nos privamos de entrar en el estado de flujo al realizar una actividad; al “hacer” frente al “ver”.
El dejar que otro haga las cosas se extiende de forma soterrada y pulposa a otras esferas. Ya no hablamos de pagar a alguien para que nos “ahorre tiempo” (el tiempo NO se puede ahorrar), hablamos de dejar que sean otros quienes resuelvan por nosotros los problemas de trabajo… o las tareas del hogar. La expresión es algo así como: “Si cuela…”. En lugar de meterse hasta el fondo en una cuestión, “mancharse las manos”, sumergirse en los factores que influyen en una situación, la cultura del no me quiero molestar nos lleva a permanecer al margen.
Permanecer al margen puede ser interesante cuando vives la vida con conciencia plena, en primera persona, con una visión directa de la realidad. Esto no es lo común. Lo común es que, quien permanece al margen, esté anestesiado y viva la vida como si estuviera soñando… o teniendo una pesadilla.
Realmente estamos presentando dos casos extremos: la plena acción y consciencia y la falta de acción e inconsciencia. Es un continuo sobre el que nos situamos todos. ¿Hacia dónde prefieres tender?
Feliz San Viernes.
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