En un capítulo de la serie Mad Men, cuando el protagonista
(Don Draper) evoca parte de su infancia, aparece un vagabundo que se aloja en
su casa familiar por un día. Los padres de Draper mencionan los prejuicios que
les evoca esta persona sucia, de ropas viejas, errante, perdida. Y se los
mencionan a él, atribuyéndole aspectos negativos, como la creencia de que les
va a robar la paga que le prometen por ayudarles en la granja. Cuando el niño Draper habla con el vagabundo,
la primera pregunta que le hace es: Tú no eres vagabundo, ¿verdad? Y el
vagabundo le da la razón, le dice que él tuvo esa vida de oficina, mujer e
hijos, casa y “seguridad”. Pero un día lo dejó todo y se fue, y entonces se
sintió libre, entonces logró dormir, fuese bajo las estrellas, en un albergue o
donde le sorprendiera la noche. Esto deja
al niño pensativo.
Ayer en Página 2 se hablaba de autores que comenzaron a
publicar tarde, más allá de los 40. Uno de ellos, Charles Bukowski,
había dicho que cuando tenía un trabajo de oficina tenía dinero, y que si se
dedicaba a escribir no ingresaba nada. Pero que prefería esta situación, y que
si tenía que volver a un trabajo de 8 horas de oficina, se suicidaría. En
concreto, en un diálogo de El incendio de un sueño, podemos leer: “No hay
ningún trabajo decente. Si un escritor abandona la creación, está muerto”.
Gary Cooper protagonizó una película de Frank Capra, Juan Nadie, en la
que daba cuerpo a un vagabundo que se hace pasar por un hombre recién despedido
y atormentado por ello, inventado por
una periodista a la que habían despedido realmente del periódico en que
trabajaba. Este Juan Nadie, o John Doe, decía en la carta creada por la
periodista que se iba a suicidar porque no soporta este fracaso. Pero a mí el
que me interesa es el personaje secundario, “el coronel” otro vagabundo que le
recuerda continuamente a John que se está metiendo en un lío: la verdadera
libertad está en ser un vagabundo que no tiene nada, y quien nada tiene, no
está atado por nada. Para el coronel, los “zapatos de tacón” son aquellos que
se centran en sacar dinero a los demás, y de los cuales conviene apartarse para
llevar una vida libre. Considera que John se va a acostumbrar a un montón de
cosas que le van a llevar a hundirse. Como la periodista va a pagar dinero a
John por hacerse pasar por el vagabundo y dar charlas, el coronel considera que
este dinero va a corromper al vagabundo. Le dice que el dinero le va a llevar a
entrar en restaurantes, comer cosas maravillosas y esto hace daño a la persona.
El dinero funciona como una druga: primero se quiere comer bien, luego dormir
bien, en una habitación confortable con cortinas y alfombras y antes de darse
cuenta, ya no le es posible al vagabundo dormir a menos que sea en una buena
cama. Después te abres una cuenta bancaria y es entonces cuando los hombres de
zapatos de tacón te han atrapado.
Sangonera es un personaje doble en la novela Cañas
y Barro, primero sale su padre, y luego él toma el relevo, asegurando el
avance generacional del relato. Me fijo en el segundo Sangonera, el hijo,
porque es quien mejor nos relata su filosofía de vida. Hablando con Tonet, el
protagonista, Sangonera afirma una y otra vez que trabajar es insultar a Dios,
porque es dar por hecho que Él no proveerá, que necesitamos más de lo que Él
nos da. Para Sangonera, el fin del trabajo es atesorar “aunque sea miseria”,
pensando a todas horas en el mañana. Y esto convierte a los hombres en bestias.
El trabajo regular y monótono, tener una casa, una familia, tratar de asegurar
el mañana; todo esto es no confiar en Dios.
Y es que me da la sensación de que todos estos vagabundos
tienen “su razón”, tienen razón, lo que dicen es cierto desde un cierto punto
de vista. ¿Quién puede juzgarlos? Las posesiones te poseen, es algo que las
filosofías orientales llevan miles de año explicando. ¿Qué significa realmente
trabajar? ¿Cuál es el fin del trabajo? Ya he reflexionado otras veces en el
blog sobre esto, porque, desde que el trabajo pierde la conexión con sus
resultados directos (comer, tener dónde dormir, estatus), pierde el sentido. Me
imagino muchas veces que de pronto tenemos que vivir “en la selva”, sin ninguno
de los medios que tenemos ahora en las oficinas; principalmente sin
electricidad. Y creo que moriríamos muy rápidamente. Como decía el Coronel, nos
acostumbramos a una buena cama y luego no podemos dormir.
Dedicado a Daviss.